04-marzo-2019

 

Bolos vuelan al aire en giros, mientras varias manos los capturan para evitar que caigan y enseguida vuelven a ser impulsados dando gamas de colores al girar en círculos.

Es así como nace el malabar como arte urbano, por obra de un grupo de jóvenes, llamados “Chicarcas”.

Luis se monta sobre una cuerda atada de un poste a otro, Keyla en el piso y “Chicarca” lo hace arriba de un monociclo, luego los tres malabareando desde sus posiciones.

Para Keyla Rachel Villegas de 18 años, el circo social fue un reencuentro con su realidad para ganarse la vida, ahora sabe que estudiar veterinaria es parte de su futuro.

Ellos aplican su creatividad para realizar actos nuevos, cada vez los hacen más complicados para impresionar y agradar a los conductores que esperan la luz verde en algún semáforo de la ciudad.

El malabarismo fue su salvación desde hace cinco años, dice Jorge Luis Rentería Piñón de 21 años, quien de esta forma paga sus estudios de enfermería general y mantiene a su hijo quien tienen la misma edad de su actividad artística urbana.

Sus rostros brillan por el sudor, fue un día caluroso y la actividad circense callejera los deja agotados. Pero a cambio recibieron ayuda de manos desconocidas que surgieron de las ventanillas para brindarles una moneda por el espectáculo.